Capítulo 6




—Deberías irte, Claire. —Volvió a darme la espalda, era su forma de cubrir su vergüenza.

—Pero no quiero. —rebatí.

—¿Por qué no? —preguntó por encima de su hombro.

—¿Y si dejas de ser cobarde y lo averiguas por ti mismo? —lo reté. Su mandíbula se tensó y sus manos se cerraron en dos puños apretados. Mi cerebro decía corre, pero no huiría, no haría lo que las otras mujeres hicieron. Él tenía que enfrentarme, tenía que superar su miedo a dejarse ver y yo sería quien lo empujara. ¿De dónde salió toda esa determinación? No sé. Quizás se trataba de esa testarudez heredada de la que habló Ashlee.

—Me gustas, Claire. Eres hermosa y dolorosamente sexy y odiaría que me vieras de otra forma después de mostrarte mis cicatrices. —Su sinceridad me estremeció. En parte porque me llamó sexy, pero más que todo por ese temor a mostrar su cuerpo.

—Nunca he usado un bikini. Creo que tengo demasiadas curvas, que la gente me juzgará y entonces solo me oculto.

¡Dios! ¿De dónde surgió esa cruda sinceridad? ¿Qué quería lograr con todo eso?

—¿Me estás jodiendo? —preguntó incrédulo—. No deberías ocultar nada de ti. Eres perfecta.

—¿Me verías distinto si estuviera en mis jeans y camisetas holgadas?

—No, no lo haría, porque ahora mismo no estoy viendo tu apariencia sino tus ojos vibrantes. Hay luz e inocencia en ellos. —se acercó a mí a pasos lentos, logrando que mi corazón palpitara frenéticamente en mi pecho.

—Tu mirada también dice más, Nathan. Hay dolor, pero también esperanza. Si yo no soy lo que visto, entonces tú no eres lo que ocultas. —Sus ojos se dispararon a mis labios. ¿Estaba pensando en besarme?

Dios, sí. Bésame. Bésame. Bésame.

—Lamento haberte menospreciado —alcanzó mi rostro con una caricia tierna—. ¿Todavía quieres cenar conmigo? —asentí. No podía formular una palabra. Estaba tan cerca, olía tan bien, que lo único que había en mi cerebro era esa bendita palabra «bésame»—. Vamos entonces.

Cuando comenzó a apartarse, una fuerza interior me hizo reaccionar y lo jalé hacia mi cuerpo, encontrando mis labios contra los suyos con una desconocida ansiedad. Nathan me correspondió tirando cortésmente de mis labios, alternando entre ellos. La punta de su lengua bordeó mi boca y se introdujo lentamente en mi interior. Nuestros alientos mentolados se mezclaron y nos dejamos envolver por un frenesí de deseo que derivó en caricias desesperadas de él en mi cintura y espalda; y de mí en su cuello y cabello. Él era alto, tuve que pararme en puntitas para alcanzarlo, pero no me importaba.

—Nathan. —jadeé cuando su excitada virilidad chocó contra mi necesitada pelvis. Tres años de extrema sequía suplicaban por agua, mucha agua, y Nathan Green era un precioso manantial en el que podía empaparme.

Comencé a desabotonar su camisa, desesperada por desnudarlo y apartar el estorbo que me separaba de su dura hombría, pero él me detuvo.

—No. —dijo tajante.

—Oh, Dios. Lo siento. —dije avergonzada. Me estaba comportando como una ramera. ¿Qué iba a pensar de mí?

—Dulce Claire —pronunció con voz ronca mientras tocaba mis labios con la punta de su dedo índice—. Te deseo, no lo dudes, pero no estoy listo para dejarme ver.

—No huiré, Nathan. —prometí.

—Lo harás, créeme. Por eso necesito que no pase así. Debes dejarme que lo haga a mi manera. Mientras tanto, me encargaré de ti. —Plantó un beso suave en mis labios y luego me cargó en sus brazos como si fuéramos un par de recién casados. Chillé todo el camino desde la sala de la suite hasta su habitación. Eso era algo tonto.

—¿Qué significa encargarte de mí? —pregunté con inocencia. Mis experiencias con Jonas no llegaron a más de folladas apresuradas en el asiento trasero del auto de su padre.

—Dios. Eres demasiado dulce. —dijo con una sonrisa de satisfacción.

¿De qué me perdí?

Nathan me recostó en el suave colchón y comenzó a besarme lentamente, saboreando mis labios, mi cuello y clavícula. Se pasó a mi hombro derecho y besó el camino hasta los dedos de mis manos. Cuando estuvo entre mis muslos, tocando y pasando su húmeda lengua por ellos, supe a dónde iría con esto. Uní mis rodillas, negándole el acceso. No dejaría que viera mis bragas de osito y mucho menos que me besara ahí. Eso era demasiado íntimo para experimentar con alguien que acaba de conocer. Además, había un poco de vello del que no me había encargado y no estaba segura de si él disfrutaría mientras estuviera en esas condiciones.

—Te haré sentir bien, preciosa. Lo prometo. —dijo encontrando mis ojos. Había deseo en sus pupilas y en el tono grave de su voz. ¿En serio le excitaba la idea de meterse entre mis piernas?

—Yo no… estoy lista para… umm, eso. Mis… expectativas no eran tan altas. —confesé. Ya que habíamos sido sinceros con otras cosas, esto no tenía que ser la excepción.

—Mejor no preguntes por las mías. —bromeó.

—Hablo en serio, Nathan. Mejor olvidemos esto. —me levanté de la cama y recompuse el dobladillo de mi falda que se había subido unos centímetros. Nathan se paró delante de mí y me encarceló entre sus fuertes brazos.

—No puedo, dulce Claire. Estoy deseando probarte —El deseo fluía en cada palabra que pronunciaba. En verdad quería esto y yo, bueno, yo estaba tan húmeda y caliente que no podía negarme—. Déjame intentarlo —Besó mi cuello—. Sé que lo deseas —Lamió el borde mis pechos. Me uní a su juego de seducción y acaricié su pecho ondulado, ansiando poder desprenderlo de su camisa y besarlo como él hacía conmigo. Sus manos viajaron al borde de mi vestido y lo subió lentamente hasta sacarlo por mi cabeza.

—No lo digas. —advertí cerrando los ojos. No quería ver en su mirada la burla. 

—¿Qué no quieres que diga? ¿Lo hermosa y perfecta que es tu piel o lo mucho que deseo besar cada parte de ti? —Era una jodida pregunta retórica. Había dicho lo opuesto a lo que esperaba. Abrí los ojos y lo que vi en los suyos era puro y simple deseo. Pensé que se burlaría de mis bragas blancas de osito, que no hacían juego con mis sostenes negros, pero no lo hizo—. Dios, Claire, tu cuerpo fue hecho para ser amado. Jodidamente amado. —Con esa declaración, reinició su juego de besos y caricias, pero esta vez tenía más piel expuesta para entretenerse.

Mis pechos fueron bendecidos por su boca y dedos, siendo justamente atendidos uno a uno, encendiendo más aún el deseo que ardía en mi sexo.

Nathan descendió a mi abdomen con húmedos besos y hábiles caricias a los costados de mis caderas, robándome penosos jadeos… llevándome a un lugar desconocido y oscuro donde lo único que sentía era placer. Un rotundo e intenso placer.

En mi vida había recibido tantas atenciones. Jonás era más del tipo entrar y salir, un follón rápido y nada placentero del que no me quejaba… hasta ahora. Nathan me iba a arruinar para futuras relaciones, eso era seguro.

—Nathan, por favor. Déjame tocarte. —le pedí cuando sus dedos jugueteaban con la elástica de mis infantiles bragas. Me sentía inútil al no poder corresponderle con caricias. 

—Hoy no, dulce Claire. —siguió besándome, atormentándome con el roce de sus labios y los vellos rústicos de su rostro… apropiándose de más jadeos involuntarios que sonaban a desesperación. Y entonces, todo pasó de castaño a oscuro cuando se deshizo de la tela de algodón que limitaba sus intenciones y separó mis pliegues con sus dedos. Su lengua se paseó sin descaro por mi humedad y colisionó al final con la carne hinchada que latía en mi sexo. A partir de ahí, los jadeos se transformaron en una cadena de gritos de placer que pronunciaban incesantemente su nombre.

—Eso es preciosa, déjate venir en mi boca —Casi lloriqueé por la pausa que supuso su petición, pero pronto volvió a perderse entre mis piernas y me empujó tan cerca del final que supe que no habría retorno. Apreté las sábanas en dos puños y me dejé ir, como él había pedido. Fue el momento más erótico y placentero que experimenté en toda mi jodida vida. En realidad, fue el primer orgasmo que me dio un hombre, pero eso era algo que no admitiría nunca—. Eres tan dulce, pequeña. Un delicioso caramelo. —dijo, relamiéndose los labios. Mi corazón se desbordó en locos latidos al ver la mirada de placer en sus hermosos ojos.

—¿Qué hay de ti?

—No te preocupes por mí, dulce Claire. Estaré bien —me dio un suave beso en la frente y luego fue al baño por unas toallas de papel. Cuando volvió, me había envuelto en una sábana para cubrir mi desnudez. La adrenalina del momento ya había pasado y no me sentía tan cómoda para que me siguiera viendo como Dios me trajo al mundo—. Me encanta tu inocencia. Nunca conocí a nadie como tú.

—¿Y cómo soy?

—Dulce, hermosa y tan transparente como el agua en la orilla del mar. Podría enamorarme tan fácilmente de ti, Claire Hall. —Acomodó mi cabello detrás de mi oreja y me dio un beso en los labios. Suave, lento y dulce, como si dijera adiós.

—¿Y qué si lo hicieras?

—Estaría muy jodido. —respondió sin dar más detalles.

Sobra decir que me sentí decepcionada. No esperaba una declaración de amor ni mucho más que eso, pero algo en su tono de voz –y en su respuesta– me dio a entender que enamorarse de mí no era algo que querría hacer.

Minutos después, Nathan salió de la habitación para darme privacidad, aunque me tuvo desnuda delante de él, y besó lugares que nadie había explorado. Pero bueno, mi actitud de niña aferrada a las sábanas fue una enorme señal que él no pudo ignorar.

Cuando salí a la sala, él me esperaba sentado en uno de los sillones. Me preguntó si tenía hambre y le dije que sí. Pedimos servicio a la habitación y comimos tranquilamente como si fuéramos grandes amigos que se reencontraban después de años. Todo con él fluía con facilidad, era divertido, atento y sonreía sin mucho esfuerzo. Me contó que tenía veintitrés años y que trabajaba en la empresa de construcción de su padre como arquitecto. Vivía en Seattle y viajaba en vacaciones a distintos lugares, buscando siempre un poco de aventura.

Yo no tenía mucho para contar, pero él insistió y le hablé de mis estudios en economía en la Universidad de Wisconsin, de mi aburrida vida en Eau Claire –sin viajes ni aventuras por reportar– y de mi escasa vida social.  Soné patética, lo sé, pero parloteé sin parar y ya no podía regresar mis palabras.

—Estamos en Las Bahamas, bebé. Tienes dos días más para llenarte de aventuras. —me reí. ¿En serio me dijo bebé? Pues sí, el hombre estaba un poco zafado y me encantaba.

Una hora después, Nathan me dijo adiós en la puerta de mi suite. Floté hasta mi habitación y me tumbé en el colchón, sonriendo como una tonta. Por suerte, el clan de las locas no estaba por ahí o me hubieran abordado a preguntas y no tenía deseos de compartir ningún detalle.


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